Ghostwatch: la broma de Halloween que terminó en suicidios y demandas

La noche de Halloween de 1992, millones de británicos se sentaron frente al televisor esperando el típico entretenimiento de la BBC y se encontraron con algo completamente distinto. Lo que vieron durante noventa minutos los dejó pegados al sofá, algunos aterrorizados, otros fascinados, la mayoría completamente convencidos de que estaban presenciando fenómenos paranormales en directo. No lo estaban. Acababan de caer en una de las bromas televisivas más brillantes y controvertidas de la historia.

Todo empezó en 1988 cuando el escritor de terror Stephen Volk concibió lo que inicialmente sería una miniserie sobre investigadores paranormales. La productora Ruth Baumgarten le propuso condensarlo en un especial de noventa minutos, y ahí nació la idea: ¿por qué no hacerlo como si fuera una investigación en vivo? Algo al estilo de la legendaria emisión radiofónica de Orson Welles con La guerra de los mundos, pero para la era televisiva. La BBC aprobó el proyecto dentro de su espacio de dramas, aunque los ejecutivos nunca terminaron de entender del todo lo que iban a crear.

La clave del engaño estaba en los presentadores. No contrataron actores desconocidos para interpretar periodistas ficticios. No. Pusieron a Michael Parkinson, el venerado entrevistador británico, como maestro de ceremonias en el estudio. A Sarah Greene, querida presentadora de programas infantiles, la enviaron sobre el terreno a la supuesta casa embrujada. Su marido en la vida real, Mike Smith, estaba en el estudio atendiendo llamadas telefónicas del público. Y Craig Charles, conocido actor de comedia, hacía de reportero callejero entrevistando vecinos. Todos interpretándose a sí mismos. Esa fue la jugada maestra: rostros conocidos y confiables de la BBC vendiendo una mentira con tanta naturalidad que resultaba imposible dudar.

El programa simulaba ser una investigación en directo desde una casa en Northolt donde vivía una familia atormentada por un poltergeist apodado Pipes, por los ruidos que hacía en las tuberías. Usaron cámaras de vídeo estándar para darle esa estética de noticiario, mostraron interferencias ocasionales, hasta pixelaron la cara de un testigo para proteger su identidad, como haría cualquier documental serio. No había música tétrica ni efectos exagerados. Todo parecía sobrio, profesional, real. La BBC tomó algunas precauciones mínimas: incluyeron un crédito fugaz de «escrito por Stephen Volk» al principio y lo anunciaron en la revista Radio Times con el reparto, pero casi nadie prestó atención a esos detalles.

La emisión comenzó a las 21:25 con un tono relajado. Parkinson bromeaba diciendo que probablemente no pasaría nada, que no querían dar a nadie noches sin dormir. Pero poco a poco el ambiente fue cambiando. Sarah Greene mostraba golpes en las paredes, ruidos inexplicables, la niña mayor con rasguños en la cara. Hubo un momento brillante a mitad del programa: en una repetición de una filmación del dormitorio de las niñas, durante un segundo se ve claramente una figura sombría de pie junto a las cortinas. Los espectadores en sus casas gritaron «¡allí hay alguien!», pero en el estudio Parkinson y la experta rebobinan la cinta y la figura ya no está. Ese juego psicológico fue devastador: el público veía más que los propios presentadores, lo que los atrapó por completo en la ilusión.

Los minutos finales fueron terror puro. El fantasma aparentemente toma el control, arrastra a Sarah Greene a un armario mientras las líneas de vídeo se distorsionan, luego «salta» al estudio de la BBC donde las luces explotan y Michael Parkinson queda solo en la oscuridad, poseído, murmurando una rima infantil siniestra: «Round and round the garden, like a teddy bear…». La imagen se corta a negro y la BBC vuelve a su programación habitual. Pero ya era demasiado tarde.

No he encontrado el programa completo en español, así que os dejo una breve muestra en inglés.

Ghostwatch - Sorry I Can Hardly Hear You

Lo que ocurrió después pasaría a la historia. En la hora siguiente a la emisión, la centralita de la BBC recibió entre veinte mil y treinta mil llamadas de espectadores aterrorizados. Algunos lloraban de pánico, otros exigían explicaciones furiosos por haber emitido «eso» con niños despiertos en casa. Se reportaron tres mujeres embarazadas que se pusieron de parto del susto. Un hombre mayor mojó sus pantalones del terror y su esposa escribió a la BBC pidiendo compensación para comprarle unos nuevos. Los periódicos al día siguiente se cebaron con titulares escandalizados. Michael Parkinson declaró incrédulo: «Nadie pensó que estábamos creando algo que se volvería uno de los programas más infames de la TV».

El problema fue precisamente el casting. Muchos padres permitieron que sus hijos vieran Ghostwatch porque salían presentadores de programas infantiles, asumiendo que sería apto para ellos. La jugada maestra de la BBC se volvió su peor arma de doble filo. Llegaron alrededor de mil quejas formales por escrito, aunque estimaciones extraoficiales hablan de hasta cincuenta mil personas intentando quejarse. La BBC entró en modo control de daños, emitió disculpas y decidió enterrar el programa: no volvió a emitirse jamás en televisión británica durante una década.

Pero hubo consecuencias más graves. Martin Denham, un joven de dieciocho años con discapacidad de aprendizaje, quedó obsesionado con el programa. Creía que Pipes también acechaba su propia casa e insistió en dormir con la luz encendida. Cinco días después de la emisión se quitó la vida, dejando una nota que decía: «Si existen los fantasmas, estaré con vosotros… siempre como un fantasma». Sus padres culparon directamente a la BBC y presentaron una denuncia ante el organismo regulador. En 1994, el Broadcasting Standards Commission emitió un veredicto contundente contra la cadena, criticándola por «intento deliberado de cultivar un sentido de amenaza» y por ser «excesivamente angustiante». También se documentaron casos de trastorno de estrés postraumático en menores de diez años, publicados en el British Medical Journal en febrero de 1994: los primeros casos documentados de un programa de televisión causando este trauma en niños.

Con el tiempo, sin embargo, Ghostwatch pasó de ser el programa maldito del que no se hablaba a convertirse en una pieza de culto. Hoy se le reconoce como precursor de todo el género de falsos documentales de terror, siete años antes de que El proyecto de la Bruja de Blair popularizara ese formato. Guionistas y cineastas lo citan como inspiración directa. Cada Halloween, los fanáticos organizan eventos de re-visionado sincronizado apodados con humor negro «National Séance», juntándose en redes sociales para verlo al unísono exactamente a las 21:25 del 31 de octubre. Lo que en 1992 fue un trauma, en el siglo XXI se abraza como placer culpable. En 2022 obtuvo su edición en Blu-ray por su trigésimo aniversario, y académicos de comunicación lo estudian en cursos sobre pánico mediático y construcción de realidades.

Ghostwatch nos dejó una lección fundamental sobre el poder de los medios y la confianza del público. Nos demostró que no todo lo que sale por la tele es verdad, por muy confiable que parezca la fuente. El escritor Stephen Volk colocó una cita en la portada del guión que resultó profética: «No lo creeré hasta que lo vea en la tele». Pues bien, millones lo vieron en la tele aquella noche de Halloween y lo creyeron a pies juntillas. Treinta y tantos años después, seguimos hablando de ello con una mezcla de admiración y cierto escalofrío. Porque al final Ghostwatch nos enseñó algo más importante que cualquier fantasma: los verdaderos espectros estaban en nuestra mente y en nuestra confianza ciega en la pantalla. El miedo más efectivo no es el que viene de fuera, sino el que construimos nosotros mismos cuando dejamos de cuestionar lo que vemos.



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