La IA no va a quitarte el trabajo. Pero sí te va a dejar sin vacaciones

Durante los últimos dos años, no ha habido semana en la que no escuchemos que la IA va a revolucionar todo, que los humanos seremos obsoletos en cinco años, y que nuestros trabajos desaparecerán absorbidos por chatbots superinteligentes. Bill Gates habla de jornadas laborales de tres días. Elon Musk vaticina robots que lo harán todo. Y mientras tanto, Internet hierve con titulares apocalípticos sobre cómo ChatGPT nos va a dejar a todos en el paro. Pero resulta que cuando empiezas a rascar un poco la superficie de esta narrativa, la realidad que encuentras es considerablemente más mundana y bastante menos terrorífica.

Andrej Karpathy sabe algo de esto. El tipo es cofundador de OpenAI, ex director de IA en Tesla, y uno de los cerebros más respetados en el campo del aprendizaje automático. Así que cuando dice algo sobre inteligencia artificial, la gente escucha. Y lo que está diciendo últimamente en entrevistas no es precisamente lo que esperarías del club de los evangelistas de la IA. Según Karpathy, estamos construyendo «fantasmas digitales», no cerebros. La diferencia no es trivial. Un cerebro animal, como el de esa cebra que corre minutos después de nacer, viene con millones de años de evolución codificados en su ADN. Es hardware preinstalado que funciona de fábrica. Los modelos de lenguaje como ChatGPT, en cambio, aprenden imitando texto de internet sin tener ni idea de lo que significa realmente tener un cuerpo, caminar, o sentir hambre. Son entidades etéreas que simulan comportamiento humano sin comprenderlo, como si fuera una obra de teatro muy convincente pero sin ningún actor real detrás del telón.

El problema va más allá de lo filosófico. Karpathy es especialmente crítico con el aprendizaje por refuerzo actual, ese método que se supone que hace que las IAs «aprendan de sus errores». Dice que es «terrible» porque recompensa trayectorias completas en lugar de pasos individuales. Si un modelo resuelve un problema tras cien intentos equivocados, el sistema refuerza todo ese camino, incluidos los noventa y nueve errores previos. Los humanos, en cambio, reflexionamos sobre cada paso y ajustamos sobre la marcha. Además, estos modelos sufren lo que él llama «colapso de entropía»: cuando generan datos sintéticos para autoentrenarse, producen respuestas que ocupan un espacio minúsculo de posibilidades. Pídele a ChatGPT que te cuente un chiste y obtendrás tres variantes de la misma broma una y otra vez. La mala memoria humana, paradójicamente, es una ventaja evolutiva porque nos fuerza a abstraer y razonar. Los modelos recuerdan perfectamente, lo que les permite recitar Wikipedia pero les impide pensar más allá de los datos memorizados.

Y aquí viene lo interesante: Karpathy probó herramientas como Claude Code y los agentes de OpenAI durante el desarrollo de su proyecto nanochat, y descubrió que resultaban inútiles para código complejo. Funcionan estupendamente con código repetitivo que abunda en internet, pero fallan estrepitosamente ante arquitecturas nuevas. Su predicción para la llegada de una AGI funcional no es 2026, como algunos quieren hacernos creer, sino 2035. Y no espera ninguna explosión de inteligencia, solo continuidad. Los ordenadores, los móviles, Internet: ninguno alteró la curva del PIB. Todo se diluye en el mismo crecimiento económico de aproximadamente el dos por ciento anual. «Estamos viviendo una explosión», dice, «pero la vemos a cámara lenta».

Mientras tanto, en el mundo real de las métricas y los usuarios, ChatGPT está mostrando señales de que quizá la fiesta está llegando a su fin. Según datos de Apptopia de octubre de 2025, el crecimiento de la aplicación móvil de ChatGPT se ha estancado de forma notable. Las descargas globales cayeron un 8,1% mes a mes. Más revelador aún: en Estados Unidos, el tiempo promedio que cada usuario pasa en la aplicación ha caído un 22,5% desde julio, y el número de sesiones por usuario también ha bajado un 20,7%. La gente no solo pasa menos tiempo en la app, sino que la abre menos veces al día. La fase de experimentación ha terminado y lo que queda es una herramienta de uso rutinario que se emplea solo cuando se necesita, no el paradigma transformador que iba a cambiar nuestras vidas para siempre.

Los analistas señalan que esto no es necesariamente malo, sino una «estabilización natural» después de un crecimiento explosivo. La novedad se ha disipado. La competencia, especialmente Gemini de Google con su modelo de edición de imágenes Nano Banana, ha robado parte del protagonismo. Pero el problema de fondo parece estar en la evolución misma de OpenAI: el cambio de GPT-4o a GPT-5 recibió quejas de usuarios que sintieron una pérdida de personalidad en el chatbot, ese toque que lo hacía parecer más humano y menos máquina. La tasa de abandono se ha estabilizado, lo que significa que ChatGPT mantiene a su base principal de usuarios, pero ha perdido a todos aquellos que solo lo descargaron por curiosidad. La burbuja, al menos en términos de adopción masiva, parece estar deshinchándose suavemente.

Y luego está la cuestión del trabajo, ese fantasma que nos mantiene despiertos por la noche preguntándonos si la IA nos va a dejar sin empleo. Bill Gates ha imaginado un futuro de jornadas laborales de tres días gracias a la automatización. Suena maravilloso, salvo por un pequeño detalle: la historia no está de su lado. Un grupo creciente de expertos sostiene que la IA va a repetir exactamente el mismo patrón que se observó con la llegada de Internet, los teléfonos inteligentes y el correo electrónico. Herramientas creadas para facilitar la vida laboral que terminaron generando nuevas obligaciones y extendiendo el horario de trabajo más allá de los límites tradicionales. Si antes un empleado necesitaba varios días para completar un informe, ahora con el apoyo de herramientas de IA se espera que lo haga en cuestión de horas. Ese ahorro de tiempo no se traduce en descanso o tiempo libre, sino en la asignación de más responsabilidades. La productividad aumenta, sí, pero también lo hace la presión.

Esta dinámica no es nueva. La automatización industrial prometió reducir las jornadas laborales a principios del siglo veinte, pero en realidad derivó en una mayor demanda de producción. Los expertos temen que la IA refuerce la cultura de la disponibilidad constante. Con herramientas cada vez más integradas en el trabajo remoto y los sistemas de mensajería, los empleados podrían sentirse obligados a responder o producir fuera del horario habitual. Los sistemas automatizados no descansan, y eso podría generar la expectativa de que los trabajadores tampoco lo hagan. Además, la inteligencia artificial exige una constante actualización de habilidades, lo que implica invertir más tiempo en capacitación. Lo que en teoría es una ayuda, en la práctica se convierte en una fuente adicional de estrés. El impacto psicológico es una de las mayores preocupaciones: jornadas extendidas, presión por mantener el ritmo de las máquinas y falta de desconexión podrían aumentar los casos de ansiedad, fatiga y síndrome de burnout.

Lo que tenemos aquí es una imagen bastante diferente a la del apocalipsis tecnológico. Las IAs actuales no son cerebros superinteligentes conspirando para dominarnos, sino fantasmas digitales que imitan patrones sin comprenderlos realmente. El crecimiento de ChatGPT se está aplanando como le pasa a cualquier producto tecnológico después de la fase inicial de novedad. Y lejos de liberarnos del trabajo, lo más probable es que estas herramientas terminen añadiendo capas de responsabilidad y expectativas a nuestras vidas laborales. No es que la IA no sea importante o útil, es que probablemente no sea el salto transformador que nos han vendido. Es solo otra tecnología más que se irá integrando lentamente en la economía, modificando algunas cosas, complicando otras, y dejando intacta esa curva de crecimiento económico del dos por ciento anual que parece inmune a todas nuestras revoluciones tecnológicas. Respirad tranquilos.

  • Cuando se presenta algo novedoso y se le da el nombre de «inteligencia artificial», es normal pensar que algo de verdad habrá tras estas palabras… y efectivamente lo hay: es completamente artificial.

    Bastante tenemos con vivir nuestro día a día, como para investigar sobre cada noticia o avance que se nos anuncia, y más aún hoy, que por cada erudito o experto que dice «pares», hay otro con igual competencia que dice «nones»; ahora además, tienes que averiguar quien de ellos tiene razón… o como poco, dice menos «inexactitudes».

    De modo que, con todo ésto, se ha creado el mito de que realmente existe la inteligencia artificial, y que es capaz de obrar hazañas y milagros de todo tipo, cuando lo que realmente existe no se puede comparar ni con un loro, que al menos el animal sabe que existe y puede relacionarse e interactuar perfectamente con su entorno y los de su especie.

    Esto es un algoritmo predictivo, y se le pueden echar años de trabajo que seguirá siendo eso: un programa diseñado para evaluar estadísticamente un resultado en base a los datos que se le proporcionan. Lo de adaptarlo y lanzarlo como «inteligencia artificial», puede que sea perfecto como manera para amortizar todo el I+D que se ha llevado, pero poco más.

    Quien quiera algo parecido a la inteligencia, lo tiene fácil: la naturaleza y la evolución ha dado numerosos ejemplos, y sólo hay que saber reproducir el proceso por el cual una criatura adquiere conocimiento de sí misma y de su entorno, la inteligencia vendrá después.

    Volviendo al tema del artículo, el problema más acuciante no es que ese artificio acabe con la humanidad, nos quite el trabajo, o haga que el sol se pare en el cielo: es acabar con ése mito, y evitar que empresas y gobiernos deleguen responsabilidades y tareas que nos repercutan en manos de un software incompleto; o mejor dicho, que lo sigan haciendo.

    Muchas gracias por el artículo.

    0
    0
  • Instalado desde hace tiempo en una penosa precariedad de la que no me está siendo posible salir, me van llegando de refilón los ecos de tantas y tan novedosas aplicaciones, en esta era informática por la que nos ha tocado nadar. Me admiro y me intrigo con las posibilidades de lo poco y fragmentario que he ido captando, visto, oído o leído, sobre estas herramientas y logros de última generación…
    Sin recursos (sobre todo) ni tiempo (también) que me haya sido posible dedicar a experimentar por mí mismo con tales prodigios, y lo que mi loca imaginación pudiera haber concebido intentar obtener de ellos, quedo como frustrado ante nuevos horizontes que se abren ante mí, sin que me vea yo en situación de poder subirme al carro que me llevase hasta ellos.
    Y ahora va a resultar que, pasada la fugaz novedad, el «boom» inicial y la «moda» momentánea, me voy a tener que quedar más bien con la copla de que tampoco es que me haya estado perdiendo nada, como quien dice…
    Pues bueno y pues vale…

    0
    0


\Incluya

Puedes seguir las respuestas a esta entrada por RSS 2.0 feed.