Las esférulas «extraterrestres» que cayeron del cielo

Científicos de la Universidad de Harvard han pescado en el fondo del Pacífico restos de un planeta de otro sistema estelar. Esférulas metálicas con una firma química nunca vista —berilio, lantano y uranio a niveles imposibles— perfectamente alineadas con la traza de un meteorito interestelar. Así sonaba la historia cuando Avi Loeb anunció en agosto de 2023 haber encontrado evidencias físicas del primer objeto interestelar que había impactado contra la Tierra.
Todo empezó en enero de 2014, cuando sensores satelitales detectaron un objeto que llegó a 45 kilómetros por segundo cerca de Papúa Nueva Guinea. El Comando Espacial estadounidense confirmó su origen interestelar, y ahí empezó una de las expediciones más mediáticas de la astrobiología reciente.
En junio de 2023, Loeb dragó el fondo marino con un trineo magnético y recuperó 850 esférulas metálicas diminutas. De ellas, 700 eran polvo cósmico común, 57 mostraron composiciones diferentes, y apenas 5 exhibían concentraciones de berilio, lantano y uranio hasta mil veces superiores a lo esperado. En un alarde de imaginación, las bautizó «BeLaU» y propuso que provenían del «magma oceánico de un planeta extrasolar».
En noviembre de 2023, Steven Desch y Alan Jackson publicaron una réplica técnica que ponía en duda todos los pilares del hallazgo. Lo primero que prometía el descubrimiento era encontrar las esférulas más exóticas concentradas a lo largo del camino que siguió el meteorito al desintegrarse, como una pista de restos que marcara su trayectoria. El océano está lleno de microesférulas industriales, y el trineo magnético no ayudaba a separar el grano de la paja.
El problema más grave era que Loeb había comparado sus esférulas solo con meteoritos, omitiendo los catálogos de contaminación industrial. Cuando otros investigadores cruzaron los datos con COALQUAL (la base del Servicio Geológico estadounidense sobre cenizas de carbón) y estándares del NIST, encontraron que la geoquímica BeLaU encajaba perfectamente con cenizas volantes, que son partículas finas de ceniza liberadas a la atmósfera al quemar carbón en centrales térmicas y que pueden viajar largas distancias antes de depositarse en suelos y océanos. Estas microesférulas magnéticas, han sido dispersadas por la industria durante más de un siglo y han alfombrado los fondos oceánicos.
Pero Loeb tenía un as guardado en la manga: los isótopos de hierro. Si de verdad hubieran venido de otro sistema estelar, los isótopos de hierro deberían mostrar proporciones distintas a las típicas del Sistema Solar, como una huella química que delatase un origen ajeno. El problema es que cuando se analizaron los datos isotópicos, resultaron compatibles con un origen dentro de nuestro propio Sistema Solar con más del 99.995% de probabilidad. Los isótopos, que no entienden de expectativas mediáticas, apuntaban directamente a casa.
Además, los fondos marinos son químicamente activos. Procesos como la formación de nódulos ferromanganesíferos pueden concentrar elementos traza de formas caprichosas, creando «patrones raros» sin necesidad de planetas extrasolares. Desde 2023, varios análisis independientes han llegado a la misma conclusión: las esférulas son consistentes con cenizas industriales.
De «manera consistente con el método científico», en septiembre de 2025, Loeb publicó una defensa en Medium: «Las esférulas BeLaU no son materiales terrestres comunes». Argumenta que son diferentes de tektites y lateritas, pero esa no era la crítica principal. Las objeciones apuntaban específicamente a cenizas de carbón, comparación que sigue sin abordar convincentemente.
La metodología también presenta problemas. Usar un trineo magnético introduce sesgos evidentes: solo recoges partículas magnéticas, exactamente lo que esperarías de cenizas volantes. Con un fondo tan alto de microesférulas industriales, la probabilidad de encontrar «algo raro» aumenta dramáticamente si buscas lo suficiente.
Aquí llegamos al corazón del asunto: la búsqueda de vida extraterrestre es una empresa científica legítima, pero precisamente por sus profundas implicaciones, el estándar de evidencia debe ser proporcionalmente alto. En este caso, tenemos una situación donde la explicación más simple —cenizas de carbón— se ajusta mejor a todos los datos que la extraordinaria. Los isótopos apuntan a origen solar, la geoquímica coincide con cenizas volantes, la correlación espacial es débil, y los procesos marinos explican las alteraciones sin invocar planetas extrasolares.
Este empeño de Loeb en sostener que las esférulas tienen un origen interestelar, en lugar de aceptar la sólida evidencia de que se trata de contaminantes terrestres, habla más de su inclinación hacia las explicaciones extraordinarias que de un auténtico rigor científico.