De druidas celtas a calabazas de plástico: la verdadera historia de Halloween

Cada octubre vemos el mismo teatro: calabazas naranjas en los escaparates, niños pidiendo dulces disfrazados de zombis y, puntualmente, alguien quejándose de que Halloween es «una fiesta yanqui inventada por el marketing para vender caramelos». Pues bien, tengo malas noticias para los puristas: Halloween tiene más de 2.000 años de historia y Hollywood llegó bastante tarde a la fiesta.

Todo comenzó con los celtas hace dos milenios, cuando celebraban el Samhain para marcar el fin de la cosecha y el inicio del invierno. La noche del 31 de octubre creían que el velo entre el mundo de los vivos y los muertos se volvía tan fino como un cabello, permitiendo que los espíritus cruzaran a nuestro lado. No es que fueran especialmente aficionados a los encuentros paranormales, así que los druidas encendían enormes hogueras rituales y lanzaban huesos de animales a las llamas para mantener contentas a las fuerzas oscuras. La gente se disfrazaba con pieles y máscaras, pintándose el rostro con ceniza. La lógica era simple: si los muertos van a pasearse por ahí, mejor confundirlos haciéndoles creer que eres uno de ellos.

Cuando el cristianismo se expandió por Europa, la Iglesia hizo lo que mejor sabía hacer con las costumbres paganas: reinterpretarlas. En el siglo VIII instituyeron el Día de Todos los Santos el 1 de noviembre, y la noche anterior pasó a llamarse All Hallows’ Eve (víspera de todos Los Santos), que con el tiempo se contrajo en Halloween. Pero las viejas tradiciones celtas no desaparecieron, simplemente se pusieron un disfraz cristiano. Durante la Edad Media surgió el «souling»: grupos de pobres, muchas veces niños, iban de puerta en puerta ofreciendo oraciones por los difuntos de cada familia a cambio de pasteles. Imagínate la escena: niños medievales andrajosos, con las caras tiznadas de hollín, cantando oraciones. Suena tierno hasta que te das cuenta de que llevaban implícita una amenaza sobrenatural: o das comida, o tu tía difunta no descansa en paz. Un chantaje piadoso documentado desde el siglo XV en Inglaterra y otros países europeos.

Para iluminar sus rondas nocturnas, aquellos niños medievales llevaban linternas hechas con nabos huecos tallados con caras grotescas. Sí, nabos, no calabazas. Y aquí es donde entra Jack el Tacaño, un herrero irlandés tan astuto que logró engañar al diablo dos veces, arrancándole la promesa de no llevarse jamás su alma al infierno. El problema llegó cuando Jack murió y descubrió que el cielo tampoco lo quería. El diablo, fiel a su palabra pero con sentido del humor retorcido, le dio una brasa ardiente para alumbrarse en la oscuridad. Jack ahuecó un nabo, metió la brasa dentro y desde entonces vaga eternamente con su linterna. Los campesinos irlandeses y escoceses, aterrorizados ante la idea de toparse con Jack u otras ánimas traviesas, comenzaron a tallar sus propios nabos con expresiones horripilantes para ahuyentar a los malos espíritus.

Cuando las grandes olas de inmigrantes irlandeses llegaron a Norteamérica en el siglo XIX, descubrieron que las calabazas eran mucho más fáciles de ahuecar que un nabo correoso. Para mediados del siglo XIX, la calabaza iluminada ya era el símbolo de Halloween en Estados Unidos. La frase «Trick or Treat» apareció impresa por primera vez en 1927 en Alberta, Canadá, pero no fue hasta la década de 1930 cuando pedir dulces se volvió una práctica realmente extendida. Las compañías de caramelos, eso sí, hicieron su agosto promoviendo esta costumbre durante todo el siglo XX hasta convertir Halloween en la industria global de la diversión azucarada que conocemos.

Y aquí viene la parte que molesta a algunos: la globalización de Halloween. En España, donde tradicionalmente el 31 de octubre era la vigilia de Todos los Santos, ahora preguntas a cualquier chaval qué se celebra y te dirá «¡Halloween!» sin pestañear. La influencia de las películas, las series y la música estadounidense ha calado hondo, especialmente entre los jóvenes urbanos. Como señala un experto en cultura norteamericana, el éxito de Halloween tiene mucho que ver con la pérdida de la religiosidad en favor de la diversión. Disfrazarse de vampiro resulta más atractivo que rezar un rosario, al menos para las nuevas generaciones. En Latinoamérica pasa algo similar: en México convive con el Día de Muertos, en Colombia lo llaman «Noche de Brujas», en Perú compite con el Día de la Canción Criolla. Según encuestas recientes, 7 de cada 10 latinoamericanos ya celebran Halloween de alguna forma.

Cuando veas a alguien quejándose de que Halloween es una invasión cultural yanqui, puedes recordarle que los celtas llegaron primero, que los irlandeses lo refinaron, que la Iglesia medieval lo adoptó y que, efectivamente, Estados Unidos lo empaquetó y lo vendió al mundo entero. Pero eso no convierte a Hollywood en su inventor, solo en su mejor agente de marketing. Al final, Halloween nos brinda un motivo para reírnos del miedo y disfrutar en comunidad. Y si eso requiere ponerse un disfraz ridículo y comer más azúcar de la recomendable, pues peor hay en las cosas que hace la gente por diversión.

  • Sí, bueno. Sea como sea yo bien que compro ese «espíritu de Halloween» que nos viene dado, o vendido, entendido al menos de cierta manera… Hoy he comprado en una tienda de comestibles que habían adornado por aquí y por allá con telarañas falsas, y ya hace días que me refocila el monigote hinchable de tamaño gigante, con cabezota de calabaza, que han puesto a la puerta de un local del que paso por delante a menudo. Para estas fechas se organizan (dependerá de la población) actividades, atracciones y pequeños pasacalles temáticos. Y se adornan escaparates e interiores con esos «siniestros» y ya tan estandarizados motivos del Halloween «a la americana»… Como tanto otro de lo que nos llega del otro lado del charco nos seduce, lo adoptamos y lo mimetizamos (de forma desde luego algo borreguil), conociéndolo al dedillo por las películas y demás, y sin embargo sin haberlo vivido nunca de primera mano in situ tal cual sea que lo monten allá (al menos yo no).
    Será por mi naturaleza friki, pero a mi me encanta aunque sea sólo la sensación que llega a flotar en el ambiente de que este tiempo se vea así consagrado a las historias de fantasmas, a que los diferentes canales de televisión programen películas de monstruos, y a tantos otros aprovechamientos y alusiones temáticas.
    Pero también hay que ver que aquí todo eso sólo es parafernalia imitada y no verdadera tradición autóctona. Y así se llega a dar que pequeñas pandas de críos disfrazados se confabulen para liarse a tocar timbres en busca de chuches, cuando no hay un verdadero consenso ni compinchamiento del total de la comunidad o del vecindario a tal efecto. Los adultos, en general, no estarán por la labor de disfrazarse ellos mismos a su vez en sus casas, ni por salir así a la puerta, ni por tener un barreño de caramelos a punto para ir repartiendo.
    Yo, personalmente, aún dejándome llevar por la mera sugestión de todo eso, con tal o cual película puesta en la tele o incluso repasando viejos cómics, por las veces que se haya podido dar otros años (y también por las circunstancias poco favorables que se dan ahora aquí en mi casa para que haya de estar sonando a esas horas), a poco que me acuerde esa noche desconecto el timbre de la puerta…
    ¡Feliz Halloween, en cualquier caso!

    0
    0


\Incluya

Puedes seguir las respuestas a esta entrada por RSS 2.0 feed.