En estos días estoy viendo frecuentemente en internet una historia sobre un viejo manga japonés al que algunos le atribuyen profecías sobre todo tipo de desastres. El manga se llama «El futuro que vi» (en japonés, Watashi ga Mita Mirai), que supuestamente contiene predicciones detalladas sobre catástrofes como el 11-S, el tsunami de Fukushima o incluso la pandemia de COVID-19. Pero lo que ha vuelto a ponerlo de moda es una profecía más reciente y escalofriante: la que señala el 5 de julio de 2025 como fecha de un megatsunami que, según los conspiracionistas, arrasará Japón y matará a la propia autora del manga. ¿Estamos ante una vidente en formato cómic, o ante una construcción viral más basada en la sugestión colectiva que en los hechos? Spoiler: más bien lo segundo.

Circula por redes sociales una imagen que muestra dos líneas sobre un mapamundi: una desde la costa de Mauritania hasta el Cuerno de África, etiquetada con 7200 km, y otra desde la frontera entre Letonia y Rusia hasta el extremo oriental de Rusia, que supuestamente mide solo 6400 km. La implicación es clara: «¿Cómo puede ser que una línea más corta recorra más distancia? Algo no cuadra». Pero, como suele ocurrir, lo que no cuadra es el entendimiento del fenómeno, no el fenómeno en sí.

En el año 79 de nuestra era, la erupción del Vesubio sepultó las ciudades romanas de Pompeya y Herculano bajo un infierno de cenizas, gases y rocas ardientes. De esa catástrofe se ha escrito mucho, pero un hallazgo reciente ha venido a sumarse a la ya extensa lista de peculiaridades que nos ha legado esa tragedia: el descubrimiento de un cerebro humano vitrificado, convertido en una especie de vidrio orgánico, dentro del cráneo de una víctima localizada en Herculano.

Cuando uno piensa en señales provenientes del espacio profundo, suele imaginar pitidos de radio enigmáticos o destellos de energía lejanos que desaparecen antes de que podamos entenderlos. Esta vez, sin embargo, lo que ha captado la atención de la comunidad astronómica no es una transmisión de radio, sino algo más inesperado: dos pulsos de luz casi idénticos detectados en una estrella parecida al Sol, situada a unos 100 años luz de nosotros. La estrella en cuestión se llama HD 89389, y lo que emitió ha dejado a más de un astrofísico rascándose la cabeza.

Entre las teorías que sobreviven con más persistencia en la memoria colectiva está la que rodea al 11 de marzo de 2004, el atentado más sangriento de la historia reciente en España. A pesar del paso de los años, hay quienes siguen cuestionando la versión oficial (entre los que tengo que reconoceros que me incluyo). Algunos lo hacen desde el terreno de la especulación más fantasiosa. Otros, como el colectivo Terra Ignota, lo hacen desde la investigación documentada, la recopilación de testimonios y el análisis detallado de los hechos.