Grupo sanguíneo O: entre la ciencia, los mitos y las teorías más delirantes

El grupo sanguíneo O ha sido objeto de fascinación tanto en la ciencia como en la cultura popular. Su importancia médica, su distribución desigual en el mundo y, sobre todo, las teorías que se han tejido a su alrededor, lo convierten en una pieza jugosa para el análisis crítico. Y como no podía ser de otra manera, también ha sido pasto de algunas de las conjeturas más delirantes que han circulado por internet.

Empecemos por lo que dice la ciencia. El grupo O se caracteriza por la ausencia de los antígenos A y B en los glóbulos rojos, lo que lo convierte en donante universal. Dentro de él, el subtipo O negativo es el más codiciado en transfusiones urgentes, ya que puede administrarse a cualquier paciente sin desencadenar reacciones inmunes. Es un comodín médico, aunque, paradójicamente, quienes lo tienen solo pueden recibir sangre de su mismo tipo.

Su distribución no es homogénea. En América Latina, por ejemplo, es abrumadoramente común, con porcentajes que superan el 70% en algunas poblaciones. Entre ciertos grupos indígenas, es prácticamente el único grupo existente. Esto se explica por el llamado «efecto fundador»: unas pocas personas con un perfil genético determinado dieron origen a toda una población aislada. En el otro extremo, regiones como el delta del Ganges muestran una baja proporción de O, probablemente porque en esas zonas el cólera, que afecta con mayor severidad a quienes tienen este grupo, ha hecho de las suyas durante siglos. En cambio, en África, la malaria ha jugado un papel inverso: los individuos O parecen tener cierta protección frente a sus formas más graves, lo que explicó su mantenimiento evolutivo.

Hablando de evolución, hay un mito persistente que sostiene que el grupo O fue el primero en aparecer, una suerte de sangre prístina de la humanidad. La genética lo desmiente con elegancia: el grupo O no es más que una versión defectuosa del alelo A, surgida a partir de una pequeña mutación que impide la producción del antígeno correspondiente. La realidad es que los alelos A y B son más antiguos, y O ha aparecido varias veces de forma independiente. Eso sí, tan antiguo es que ya existía antes de que el Homo sapiens se dispersara fuera de África. La biodiversidad del sistema ABO es resultado de millones de años de presiones evolutivas en distintas partes del mundo, muchas veces relacionadas con enfermedades.

Entre las curiosidades que ofrece este grupo, destacan algunas conexiones con la salud. Por ejemplo, los individuos tipo O tienen más riesgo de sufrir úlceras por Helicobacter pylori, pero menos riesgo de trombosis, debido a niveles más bajos del factor von Willebrand. También se ha sugerido que tienen una leve protección frente al COVID-19, aunque los estudios al respecto son incipientes. En el otro extremo, está el fenotipo Bombay, una rareza genética que hace que algunas personas parezcan grupo O aunque genéticamente sean A o B, por una ausencia del antígeno H.

Hasta aquí, todo bien. Pero la historia se pone realmente jugosa cuando entramos en el terreno de las teorías conspirativas. La más extendida es que las personas con grupo O negativo tienen origen extraterrestre. Sí, como suena. Esta teoría sostiene que el Rh negativo no tiene explicación biológica y que fue introducido en la humanidad por seres de otro planeta. Se citan como «pruebas» la baja frecuencia de este tipo de sangre, su concentración en ciertas poblaciones como los vascos y una serie de supuestas características extraordinarias de quienes la poseen: mayor inteligencia, percepción extrasensorial, aversión al calor y un largo etcétera digno de expediente X.

El problema es que sí que hay explicaciones biológicas. El Rh negativo es fruto de una mutación conocida y bien documentada en el gen RHD. Su mayor frecuencia en algunos pueblos se debe, otra vez, al aislamiento genético. No hay ninguna necesidad de invocar a los alienígenas, salvo que uno quiera vender libros, amasar visitas en YouTube o presumir en una fiesta de que su ADN no es de este mundo.

Otra teoría simpática pero igual de infundada es la de la «dieta del grupo sanguíneo». Según esta idea, los O deben comer como cazadores paleolíticos, los A como agricultores y así sucesivamente. La ciencia nutricional ha desmontado esta ocurrencia: no hay ninguna relación significativa entre el grupo sanguíneo y el tipo de dieta ideal para una persona. Comer sano viene bien seas O, A, AB o Z, si existiera.

También hay quien mezcla el grupo O con rasgos de personalidad, al estilo horóscopo. En Japón, por ejemplo, se dice que los O son extrovertidos y optimistas. ¿La evidencia? Nula. Pero reconozcamos que, como entretenimiento, no tiene desperdicio. Al fin y al cabo, creer que uno es un alma sociable porque tiene sangre O es mucho más inofensivo que creer que viene de las Pléyades.

En definitiva, el grupo O no es más misterioso que cualquier otro rasgo humano si uno se atiene a la ciencia. Pero como todo lo que nos diferencia, despierta fascinación, identidades y, en algunos casos, delirios. La clave está en distinguir entre la realidad fascinante que nos ofrece la biología y las fantasías que nos vende la pseudociencia. Porque al final, lo verdaderamente extraordinario no es tener sangre O negativa: es que una sola gota de sangre contenga tanta historia, tanta información y tantas vidas posibles por salvar.

Y eso, amigos, no necesita extraterrestres.

 



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