El jardinero cósmico

La idea de que la vida en la Tierra podría haber sido sembrada por una inteligencia extraterrestre no es nueva, pero en los últimos tiempos ha ganado notoriedad bajo una etiqueta sugerente: la del «jardinero cósmico». Aunque muchos la asocian directamente al escritor Javier Sierra, lo cierto es que este concepto tiene antecedentes más antiguos y científicamente formulados.

La teoría del jardinero cósmico parte de una pregunta sencilla pero inquietante: ¿y si la vida en la Tierra no surgiera de forma espontánea, sino que hubiese sido implantada deliberadamente? No como parte de un acto divino, sino como el resultado de un experimento tecnológico por parte de una civilización avanzada. Esta idea se vincula directamente con la panspermia dirigida, una hipótesis propuesta en los años 70 por los astrofísicos Fred Hoyle y Chandra Wickramasinghe. Según ellos, ciertos microorganismos podrían haber llegado a nuestro planeta desde el espacio, no por azar, sino enviados con intención.

En las décadas siguientes, la especulación se sofisticó. El concepto de sondas de von Neumann —máquinas autorreplicantes que podrían diseminarse por la galaxia realizando tareas específicas— sirvió de base para imaginar a estos jardineros galácticos como inteligencias artificiales diseñadas para buscar planetas habitables y sembrar en ellos los ingredientes necesarios para el desarrollo de la vida. Aquí es donde entra en juego la formulación de Avi Loeb, astrofísico de Harvard, quien ha especulado sobre la posibilidad de que ciertas anomalías astronómicas, como el objeto interestelar ‘Oumuamua, sean restos de este tipo de tecnología.

Lo que Javier Sierra ha hecho ha sido traducir esta compleja posibilidad científica al lenguaje narrativo. Al hablar de un «jardinero cósmico», apela a una imagen comprensible: alguien que planta semillas y luego se retira, sin intervenir directamente en su desarrollo. Como dijo en una entrevista: «Un jardinero no habla con sus semillas». La frase encierra una de las posibles explicaciones al llamado «paradigma del silencio cósmico»: si una civilización sembró vida aquí, no tiene por qué comunicarse con nosotros. Su trabajo ya está hecho. Ese «paradigma del silencio cósmico» hace referencia a la paradoja de que, pese a la inmensidad del universo y a la probabilidad de que existan otras civilizaciones inteligentes, no hemos recibido ninguna señal de ellas. Esta situación ha sido formulada también como la paradoja de Fermi: «¿Dónde están todos?». En este contexto, la hipótesis del jardinero cósmico ofrece una respuesta intrigante: tal vez las civilizaciones sembradoras no sienten la necesidad de establecer contacto, del mismo modo que un jardinero no conversa con las semillas que planta.

Pero Sierra no inventó la idea. Solo la bautizó de manera poética. La ciencia llevaba décadas especulando con ello. Incluso teóricos como John D. Barrow o Lee Smolin, desde otras perspectivas, han planteado modelos en los que el universo o los universos podrían tener una especie de propósito evolutivo, compatible con la idea de que la vida no es fruto del puro azar.

Decir que un «jardinero cósmico» pudo plantar la vida en la Tierra no es ciencia en sentido estricto, pero tampoco es mera fantasía. Es una hipótesis que, aunque no puede demostrarse hoy por hoy, parte de observaciones reales y se apoya en marcos teóricos plausibles. Como tantas veces en la historia de la ciencia, lo que hoy suena a cuento puede ser, mañana, una explicación aceptada. O no. Pero mientras tanto, la semilla de la duda ya está plantada.

  • Pues si cambias eso por Dios, a lo mejor los que tienen razón aunque hoy por hoy no lo puedan demostrar son los creyentes.



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