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@ Doc Halliday:

En efecto si se pregunta al electorado, hay prioridades (y si no también); la economía… el paro, las pensiones… la educación, la sanidad, son los temas más preocupantes, y sucede que siendo así cada cual tiene en mente quien mejor trataría el tema en el gobierno.

Es entonces cuando salen a relucir las carencias políticas del electorado, que se retroalimentan con unos representantes políticos que le dan a la gente lo que quiere oír…pintar demonios, cargar al adversario de comportamientos indignos, inmorales, faltos de ética, peligrosos para la sociedad.

Y la denuncia de este inmaduro comportamiento social es constante, más no cala. La salvaguarda de la ideología propia es más importante, y está más a salvo sin discusiones de por medio; en lugar de crecer ideológicamente con un diálogo constructivo se busca crecer en representatividad. Y esto lleva a la radicalización, y la actividad política se centra en la fidelización y expansión de la clientela. El producto es el mismo, el I+D+I está estancado hasta que se nos ocurran nuevos insultos.

Y he aquí que cabe hablar de tolerancia, pero la política topa con Popper de nuevo y la paradoja que nos presenta al respecto…¿debe una sociedad tolerante tolerar la intolerancia?

Esta pregunta surge de que vemos constantemente como propuestas políticas incitan al odio, por ejemplo, se saltan flagrantemente principios del derecho positivo y alientan a la sociedad a ello, y que podríamos definir objetivamente como intolerantes. Todos sus brazos propagandísticos. Es evidente que no nos quedamos con el nombre de «sociedad tolerante» y protegemos el concepto al no tolerar ciertas conductas…o eso dice la ley, la realidad dice otra cosa.

No obstante, llegado el punto de reconocer que la tolerancia debe referirse a comportamientos, como no matarás o apologar la xenofobia por ejemplo, que en el ejercicio de la libertad de expresión, cae en un comportamiento que no debería ser tolerado, marcar la línea roja de los comportamientos que como sociedad estamos dispuestos a tolerar, más allá del derecho positivo es una labor política, pero de todos, si no tendremos lo que merecemos…porque si hacemos caso, empezamos a dar pábulo, a las primeras chorradas difamatorias que nos encontramos, no estaremos más que participando en este proceso demonizador, exclusivo, intolerante, sin visos para el diálogo.

Tenemos un problema, conflicto, entre la forma de gobierno y la cultura…falta cultura democrática; la forma de gobierno la parió la razón y podría funcionar poniendo de nuestra parte; no se ajusta del todo a las conductas humanas en la que se desenvuelve, pero genera nuevas conductas…una forma de gobierno que perdura porque en ella ven las diferentes propuestas hueco para lo suyo; el diálogo sigue dándose sectorialmente y las campañas son una batalla. Y esto vemos es transfronterizo, es antropología, pero no en su vertiente etnográfica, pasa en todas partes…ángeles y demonios para asentar modos de vida…la historia de la humanidad…se hace a todas las escalas…partidos, naciones, ideologías… y es gente quien encarna estos «peligros»…no hay alternativas, hay peligros en la mente sujeta a demonios.

Un cheque en blanco…por eso es tan tentador pensar que la incultura, la educación, es dinamitada intencionadamente por estamentos interesados en generar masas manipulables, pero la realidad es que es la historia de la humanidad…los ideales de civilización no encajan de golpe. La asunción personal de los valores que la caracterice es la parte que nos toca; la sociedad exige un compromiso, y cada vez más cada cual mira por lo suyo dentro de un sistema que se lo permite. Se pueden promocionar formas de conducta desde la razón, pero la mejor forma de aprender es con el ejemplo.