El mensaje de Miguel Angel
En 1990, el doctor Frank Lynn Meshberger publicó un artículo que proponía una curiosa teoría: en el fresco de la Creación de Adán, pintado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, el manto que rodea a Dios se asemeja extraordinariamente a un cerebro humano seccionado.
Esta afirmación no pasó desapercibida. Muchos encontraron en ella una posible intencn simbólica, en la que el artista podría haber querido representar a Dios no como na entidad externa, sino como una construcción del intelecto humano. La forma del tronco encefálico, el quiasma óptico, el lóbulo frontal, e incluso el cerebelo, parecen estar sutilmente delineados en el contorno de la pintura.
Pero la historia se vuelve aún más interesante cuando se tiene en cuenta la relación de Miguel Ángel con este trabajo. Conocido por su maestría como escultor más que como pintor, Miguel Ángel fue convocado por el papa Julio II para realizar los frescos de la Capilla Sixtina, una tarea que inicialmente rechazó. Se sentía escultor, no pintor, y consideraba que el encargo era una carga impuesta. En cartas y poemas, expresó su frustración con palabras crudas, que hablaban de su cuerpo entumecido, su barba apuntando al cielo y su vista distorsionada por la postura forzada que debía mantener durante horas.
El descontento del artista, unido a su conocimiento profundo de la anatomía humana —gracias a disecciones que realizaba en secreto—, ha alimentado interpretaciones que buscan una crítica velada en su obra. Algunos defienden que colocar a Dios dentro de la forma de un cerebro humano podría ser una insinuación de que la divinidad es producto de nuestra propia mente. Otros van más allá y señalan que incluso la forma general del manto rojo podría recordar a un útero humano, con lo cual se reinterpretaría la escena no como una creación divina, sino como un nacimiento humano, físico, desvinculado de lo sobrenatural.
Estas teorías, por fascinantes que sean, no están exentas de críticas. Muchos expertos consideran que las similitudes pueden ser casuales, o que están forzadas por el deseo de encontrar mensajes ocultos donde tal vez solo haya arte. No hay documentos ni declaraciones de Miguel Ángel que confirmen intenciones subversivas. Aun así, es innegable que su talento y su conocimiento permitieron que su obra pueda ser leída en varios niveles, y que siglos después sigamos preguntándonos si hay algo más allá del lienzo.
La Capilla Sixtina sigue siendo un templo de fe, pero también un santuario del pensamiento. Quizá la genialidad de Miguel Ángel consista precisamente en eso: en dejarnos la duda viva, suspendida entre lo divino y lo humano.