Los 4 jesuitas de Hisoshima

La historia de los cuatro sacerdotes jesuitas que sobrevivieron a la bomba atómica de Hiroshima ha sido contada durante décadas como un relato de supervivencia milagrosa.

El 6 de agosto de 1945, cuando la bomba explotó sobre la ciudad japonesa, estos sacerdotes, Hugo Lassalle, Wilhelm Kleinsorge, Hubert Schiffer y Hubert Cieslik, se encontraban en una residencia de la misión jesuita, aproximadamente a un kilómetro del epicentro. Aunque la mayoría de las personas en ese radio perecieron de inmediato o sufrieron gravemente los efectos de la radiación, los sacerdotes no solo sobrevivieron a la explosión, sino que tampoco experimentaron efectos inmediatos graves. Su historia, narrada en múltiples ocasiones, ha sido objeto de asombro y especulación, tanto por aquellos que ven en ella una intervención divina como por quienes buscan una explicación racional.

Los sacerdotes atribuyeron su supervivencia a su fe y la devoción al rezo diario del Rosario, lo que alimentó la interpretación religiosa de los hechos. Sin embargo, desde una perspectiva científica, hay varios factores que podrían explicar por qué lograron salir ilesos de la devastación que arrasó Hiroshima. La distancia al epicentro, aunque cercana, fue lo suficientemente grande como para que los efectos letales del calor extremo y la onda expansiva no los alcanzaran de manera tan directa. Además, la estructura en la que se encontraban, más sólida que las viviendas típicas de madera que predominaban en la ciudad, pudo haber ofrecido una protección significativa frente a la radiación y los escombros que se propagaron con la explosión.

Uno de los factores que más intriga genera en esta historia es el papel que pudo haber jugado la dirección del viento en la dispersión de la radiación. Aunque no se ha realizado un análisis específico sobre cómo el viento afectó la exposición de los sacerdotes a la radiación, es un aspecto que merece consideración. La explosión de Hiroshima fue aérea, detonando a unos 600 metros sobre el suelo. Esto significa que el calor extremo, la radiación gamma y la onda expansiva fueron los primeros efectos en causar destrucción, mientras que la radiación residual y las partículas radiactivas se esparcieron después por la ciudad. El viento, al igual que otros factores ambientales, pudo haber influido en cómo se dispersaron estas partículas. Aunque no existe un estudio que indique que los sacerdotes estuvieran directamente protegidos por la dirección del viento, es posible que la dispersión desigual de la lluvia radiactiva jugara un papel en su supervivencia. La radiación residual tiende a tener efectos variables según las condiciones geográficas y climáticas, y en este caso, podrían haber estado en una posición relativamente favorable.

Los estudios sobre los sobrevivientes de Hiroshima han documentado cómo los efectos de la radiación varían en función de la distancia al epicentro, la exposición directa y la protección que ofrecían los edificios. La zona en la que se encontraban los jesuitas no estuvo exenta de devastación, pero la tasa de supervivencia en ese radio de un kilómetro fue extremadamente baja. La mayoría de las personas en esa distancia murieron al instante o poco después, y las que sobrevivieron sufrieron gravemente por la exposición a la radiación. Sin embargo, los sacerdotes no mostraron signos inmediatos de envenenamiento por radiación, lo que hizo que su historia llamara aún más la atención.

Con el paso del tiempo, los sacerdotes continuaron con su vida. Hugo Lassalle vivió hasta los 87 años y se convirtió en una figura importante en la reconstrucción de Hiroshima, promoviendo la paz y el diálogo intercultural. Wilhelm Kleinsorge, que adoptó el nombre japonés Makoto Takakura, sufrió problemas de salud recurrentes, posiblemente relacionados con la exposición a la radiación, y murió en 1977 a los 70 años. Hubert Schiffer, quien tenía solo 30 años cuando sobrevivió a la explosión, vivió otros 37 años, falleciendo en 1982 a la edad de 67. Finalmente, Hubert Cieslik también sobrevivió varias décadas y murió en 1983 a los 75 años. Aunque tres de ellos experimentaron complicaciones de salud a lo largo de los años, todos vivieron lo suficiente como para ver cómo Hiroshima se levantaba de las cenizas.

A lo largo de los años, la historia de estos sacerdotes ha sido interpretada de múltiples maneras, desde un milagro hasta un caso de supervivencia afortunada. Lo que es indudable es que su experiencia sigue siendo un caso fascinante en medio de la tragedia que envolvió a Hiroshima. La historia de los cuatro jesuitas es, en última instancia, un reflejo del carácter impredecible y a veces inexplicable de la guerra, donde en medio de la mayor destrucción, la vida, de formas inesperadas, a veces prevalece.



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