Imagina un asteroide del tamaño de una montaña, navegando por el espacio a una velocidad asombrosa, un cuerpo rocoso que lleva millones de años surcando el cosmos, sin que su trayectoria sea afectada por nada ni nadie. Ahora imagina que, por alguna serie de eventos cósmicos, ese asteroide se dirige directamente hacia la Tierra. Ese es el caso de Bennu, un asteroide cercano a nuestro planeta que ha captado la atención tanto de científicos como de gobiernos debido a su potencial de impacto.
Bennu, descubierto en 1999, es un asteroide de unos 500 metros de diámetro, aproximadamente el tamaño de cinco campos de fútbol alineados uno junto a otro. Aunque su tamaño puede parecer pequeño en comparación con otros cuerpos celestes, su masa, de alrededor de 78 mil millones de kilogramos, lo convierte en un objeto cuya colisión con la Tierra tendría consecuencias catastróficas. En términos de energía, el impacto de Bennu equivaldría a 1.200 megatones de TNT, aproximadamente 80.000 veces la energía liberada por la bomba de Hiroshima. Es una fuerza destructiva capaz de devastar una región entera, generando incendios, terremotos y una onda de choque que podría recorrer cientos de kilómetros.
La magnitud de un impacto de Bennu en tierra firme sería apocalíptica a nivel local, pero ¿qué sucedería si cayera en el océano? Si Bennu impactara en el centro del Atlántico, generaría un megatsunami, con olas que podrían alcanzar cientos de metros de altura en las zonas más cercanas al punto de impacto. Estas olas colosales se propagarían hacia las costas de América, Europa y África, causando inundaciones masivas en ciudades como Nueva York, Miami, Lisboa y Dublín. Las olas viajarían miles de kilómetros, afectando a múltiples continentes y arrasando todo a su paso. Las consecuencias de un megatsunami de este tipo no solo devastarían las zonas costeras, sino que podrían alterar el clima global al inyectar grandes cantidades de vapor y aerosoles en la atmósfera, bloqueando la luz solar y provocando un enfriamiento temporal del planeta.
Ante una amenaza de tal magnitud, surge la pregunta de si las principales potencias del mundo están preparadas para enfrentarla. La respuesta es que, aunque no existe un sistema completamente desarrollado para desviar un asteroide del tamaño de Bennu, se han hecho avances significativos en la dirección correcta. La NASA, en colaboración con la Agencia Espacial Europea, lanzó la misión DART en 2021. Esta misión fue la primera en intentar desviar un asteroide, impactando intencionalmente contra Dimorphos, la luna de un asteroide cercano. El éxito de esta misión ha demostrado que es posible alterar la trayectoria de un asteroide mediante un impacto cinético, lo que proporciona una estrategia viable para enfrentar amenazas futuras.
Sin embargo, en un mundo marcado por la competencia geopolítica, surge una inquietante cuestión: ¿qué sucedería si un asteroide como Bennu amenazara una potencia en particular, como China o Estados Unidos? ¿Podría la rivalidad entre estas naciones interferir en una respuesta coordinada? A pesar de la competencia existente, la naturaleza global de la amenaza hace improbable que cualquiera de las dos potencias se abstenga de actuar. Un impacto en China, por ejemplo, no solo devastaría esa región, sino que también tendría consecuencias globales, afectando el clima, la economía y la seguridad mundial. De manera similar, un impacto en Estados Unidos podría desencadenar efectos en cadena que afectarían a China y al resto del planeta.
Es posible que, en un escenario tan extremo, la presión internacional y los intereses comunes para preservar la vida y la estabilidad global superen las rivalidades. Naciones Unidas y otras organizaciones actuarían como plataformas de coordinación, promoviendo la colaboración entre las potencias. Aunque la desconfianza podría complicar la cooperación, la magnitud de la amenaza es tal que la inacción no sería una opción viable.
El mundo ha visto precedentes de cooperación entre potencias en situaciones de crisis, incluso en épocas de intensa rivalidad. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética cooperaron en la prevención de una guerra nuclear y en el ámbito espacial. Un escenario de impacto de asteroide podría generar un esfuerzo similar, donde la humanidad, enfrentada a una amenaza común y existencial, se una para evitar una catástrofe global.