El disco de Festo: misterio circular o simple engaño arqueológico

Si eres aficionado a los grandes misterios de la antigüedad, probablemente hayas oído hablar del disco de Festo. Un objeto de arcilla cocida, del tamaño de un CD, que apareció en 1908 en las ruinas del palacio minoico de Festo, en Creta. Tiene forma circular, mide 16 centímetros de diámetro y contiene en ambas caras una extraña escritura en espiral, formada por unos 241 signos organizados en 61 «bloques» o «palabras». Es un texto que nadie ha logrado descifrar con certeza en más de un siglo. Y ya con eso bastaría para que los vendedores de misterios hicieran palmas con las orejas.

Desde que se descubrió, el disco ha sido etiquetado como «el primer ejemplo de imprenta» (porque los signos parecen haber sido estampados con sellos), «una plegaria sagrada», «un himno a la Gran Diosa», «la piedra Rosetta de la escritura minoica», o incluso «el mensaje de una civilización perdida del Egeo». Todo con una buena dosis de suposiciones y sin una triste prueba que respalde ninguna de esas afirmaciones. Lo curioso es que, entre tanto entusiasmo, se suele pasar por alto una pregunta mucho más sencilla: ¿y si el disco es falso?

Sí, falso. Un fraude. Una invención arqueológica con más entusiasmo que ciencia detrás. No lo digo yo, lo sugirió ya en los años 90 el arqueólogo Jerome Eisenberg, especialista en detectar falsificaciones antiguas. Para él, hay algo que chirría en este objeto. El disco no se parece a ningún otro hallazgo de su época. Ningún otro objeto minoico presenta esta forma de escritura estampada. Además, está perfectamente redondeado, con bordes lisos y una cocción uniforme en horno, cuando la mayoría de la cerámica minoica era secada al sol. Extraño, ¿no?

Pero lo más sospechoso, como suele ocurrir en estas historias, no está en lo que se ve, sino en lo que no se permite ver. Porque el disco nunca ha sido sometido a una prueba de termoluminiscencia, que permitiría saber si fue cocido hace 3.500 años… o hace 100. ¿La razón? Las autoridades griegas alegan que es demasiado frágil para someterlo a análisis. Una excusa bastante conveniente si uno quiere mantener el aura de misterio sin correr el riesgo de romper el hechizo.

Mientras tanto, cada cierto tiempo aparece algún «experto» que afirma haberlo descifrado. Que si habla de partos rituales, que si es un canto a Astarté, que si es un calendario sagrado. Todo con un entusiasmo que supera al rigor. Porque lo cierto es que nadie ha podido identificar con certeza ni el idioma ni el alfabeto usado. Ni siquiera sabemos si el texto está escrito de fuera hacia dentro o al revés. Literalmente, no sabemos ni por dónde empezar a leerlo.

El disco de Festo es, en el mejor de los casos, un objeto singular y enigmático que nos muestra lo mucho que ignoramos sobre ciertas culturas antiguas. Y en el peor de los casos, una broma privada de Luigi Pernier, el arqueólogo que lo descubrió, y que pudo haber creado un enigma a medida para inscribirse en la historia de la arqueología.

En definitiva, el disco de Festo es uno de esos artefactos que alimentan más preguntas que respuestas. Pero si vamos a hablar de él, hagámoslo con cautela, sin adornos, y sobre todo sin convertir la falta de certezas en una excusa para rellenar huecos con fantasías. Porque la historia ya es bastante interesante sin necesidad de inflarla con humo.



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